Y repentinamente mi imparable amigo de pulsera, redondito y de color anaranjado, el reloj, dejó de ser el instrumento que decide qué se hace y qué se deja de hacer. Sobre un televisor, que tampoco intentamos encender, quedo ubicado el reloj desde el primer hasta el último día en aquel hogar transitorio en que pasamos una de nuestras mejores vacaciones en familia. El compás del tiempo lo dirige el hambre que indica que es hora de comer, una mirada indica que sería bueno divertirnos con un juego de mesa, ir a la piscina, o jugar un picadito de fútbol, y el clima ayuda a decidir entre una pausada caminata o una apetitosa lectura.